Cambio climático y más embalses
Por Pablo T. Silva Jordán, socio GHI - Gestión Hidrología Ingeniería.
Si tuviésemos que organizar un concierto para impulsar la seguridad hídrica en Chile de cara al futuro, “The Future is Now” del grupo norteamericano The Offspring sería una buena alternativa para empezar. Las precipitaciones de los últimos dos años han relegado la idea de que enfrentamos una crisis hídrica y que, a la luz del cambio climático, la disponibilidad de agua es una necesidad prioritaria para enfrentar las próximas décadas.
La seguridad es hoy una prioridad, nadie lo discute. Sin embargo, esta variabilidad climática genera una inestabilidad emocional respecto a la seguridad con apellido –seguridad hídrica– postergando la toma de conciencia y acción de la ciudadanía, del sector público y privado.
El déficit hídrico (más allá de la sequía) es un problema que debe ser abordado con urgencia.
¿Necesitamos más embalses?
En la vigésima versión del Encuentro Nacional del Agro, Enagro 2024, Antonio Walker, presidente de la Sociedad Nacional de Agricultura (SNA), organizadora del evento, hizo un llamado a construir embalses en regiones como la de Valparaíso y Metropolitana. Explicó que, actualmente, se captura el 16% del agua caída a través de las precipitaciones, pero si este porcentaje aumentara al 20% se podría duplicar la superficie de riego.
Los embalses son importantes dentro de la matriz de infraestructura, pero no son la única solución o “bala de plata” para los tiempos de escasez, ni necesariamente deben asociarse con aumentar superficie agrícola, perpetuando un problema hacia el futuro. La construcción de estas obras debe ser parte del resultado de una planificación integrada de cuenca, que evalúe la integración de alternativas como la desalinización, el reúso de agua y la infiltración de acuíferos.
Ahora, la respuesta sería afirmativa. Necesitamos más embalses, pero podrían no ver la luz por exceso de análisis y evaluaciones, morir en el intento al golpear alguna de las ventanillas de la “permisología”, o de una formulación “uni-propósito” anacrónica a la realidad.
¿Qué hacer?
Reducir el riesgo de rechazo con proyectos diseñados bajo la lógica y las necesidades actuales y futuras, y no bajo los moldes de las políticas públicas de hace 60 años.
El tiempo de innovar y mejorar es hoy. Sobre todo, si consideramos que Chile se encuentra muy expuesto por la alta dependencia de la actividad productiva con la disponibilidad hídrica. El Banco Mundial, en el documento El Agua en Chile: Elemento de Desarrollo y Resiliencia (2021), planteó que hubo pérdidas por USD 1.000 millones en cada una de las cuatro sequías de importancia que hubo entre 1965 y el 2019, y otros USD 2.000 millones por 37 inundaciones en el mismo período.
Este proceso de transformación no es sencillo, porque los requerimientos hídricos deben armonizarse con una evaluación de impacto ambiental rigurosa, además de considerar la viabilidad social y económica.
La clave, al menos en la teoría, parece estar en soluciones adaptables y resilientes, alineadas con un desarrollo sostenible que proteja el medio ambiente y fomente el bienestar de las comunidades. Proyectos desarrollados por medio del trabajo colaborativo del Estado con el sector privado, las comunidades locales y las organizaciones ambientales. Sin embargo, no solo el proyecto debe considerar estos requisitos. El criterio de evaluación de la autoridad ambiental también debe modernizarse.
Chile cuenta con algo de camino recorrido. La experiencia en la construcción del embalse Corrales, ubicado en la cuenca del Choapa en la Región de Coquimbo, fue innovadora para su tiempo. Esta obra, que opera desde el 2000, fue la primera que tuvo que pasar por una evaluación de impacto ambiental. Además, se construyó en una cuenca lateral, en vez del tradicional embalse de cabecera y dispone de una serie de obras anexas para lograr su factibilidad operacional, como la Bocatoma de Coirón, que capta el agua desde el río Choapa; el Canal Alimentador, que la transporta hasta la desembocadura del estero “El Durazno” en el embalse, y las obras de distribución que entregan las aguas desde el embalse a los usuarios.
Otro ejemplo es el embalse Convento Viejo de la provincia de Colchagua, Región de O'Higgins. La segunda etapa de esta obra se realizó hace casi 20 años, pasando por la evaluación de impacto ambiental, innovando en su momento para integrar la acumulación de aguas del estero Chimbarongo con el canal Teno-Chimbarongo, para dar seguridad de riego aguas abajo e incorporar al riego los valles de Lolol, Nilahue y Pumanque.
¿Qué se nos viene?
La larga lista de proyectos nuevos de embalse, que llevan años sino décadas en evaluación, mantiene la visión tradicional: seguridad hídrica, almacenamiento para atenuar variabilidad estacional o interanual, aumento de superficie de riego. ¿Estamos considerando el control de inundaciones ante eventos extremos, o la descarga de caudales que respondan a las funciones ecosistémicas en vez del “plano” caudal ecológico, o la recarga de acuíferos aguas abajo integrada a la operación del embalse?
Entonces, ¿se necesitan más embalses? Con nuestra geografía, clima mayormente mediterráneo y estructura productiva, sí son necesarios. Pero su diseño y ejecución deben ser reflejo de un enfoque moderno y colaborativo. Integrado, como se suele referir en la gestión hídrica, pero integrado de verdad. Solo así podremos asegurar que la infraestructura hídrica no solo complemente nuestra necesidad hídrica, sino que también respete y proteja nuestro entorno para las generaciones venideras.
Otra alternativa musical para impulsar la seguridad hídrica en Chile podría ser Water (The Who, 1970) para no olvidar que el agua es un recurso valioso y limitado.