Columna: El gran desafío del vino chileno es encantar al consumidor local

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Columna: El gran desafío del vino chileno es encantar al consumidor local

Cristóbal Parry Andrade, Ingeniero Agrónomo – Enólogo y Docente de la Escuela de Recursos Naturales de Duoc UC

El 4 de septiembre se celebrará por segundo año el Día Nacional del Vino, lo que demuestra la tremenda importancia que éste tiene para Chile. Desde su llegada con los conquistadores españoles, el vino ha estado presente en el quehacer cultural, pero su importancia no radica únicamente en el peso histórico (asociado a su uso en el rito católico) sino que tiene un componente relacionado al estrecho vínculo con las características productivas de Chile, ya que contamos con claras ventajas para la elaboración de vinos de calidad.

Vino-shutterstock_361236098La Cordillera de los Andes, al Este, conforma una especie de biombo natural que bloquea la entrada de plagas y enfermedades, y permite un marcado diferencial térmico entre el día y la noche favoreciendo la acumulación de compuestos de interés, especialmente en variedades tintas. En tanto, el Océano Pacífico al Oeste, enfría los valles costeros, permitiendo obtener elegantes vinos blancos con una pronunciada y vibrante acidez. Lo anterior, sumando a la multiplicidad de microclimas, genera un panorama prometedor para explotar una gran cantidad de cepas. Reflejo de este potencial es que Chile es el cuarto exportador a nivel mundial.

Pese a que la industria en general es bastante conservadora, lentamente la paleta de variedades cultivadas y técnicas de producción se va ampliando. Variedades con extensa –y no muy conocida–trayectoria como Carignan o la emblemática País, están reencantando a una industria algo saturada de lo clásico, en un esfuerzo por la diversificación y la búsqueda de identidad y diferenciación.

Si bien la importancia de Chile en cuanto a producción y exportación a nivel mundial está clara, existe un contraste con la forma en la que se vive el vino a nivel nacional. Primero, el conocimiento del consumidor convive con una gran cantidad de prejuicios y mitos que lo alejan de experiencias únicas, impactando fuertemente en las tendencias de consumo. Un ejemplo claro es la concepción errónea relacionada a la composición del vino blanco, ya que para el imaginario colectivo, éste genera dolor de cabeza porque “es químico”.

A su vez, la imagen que proyecta el vino – seriedad y etiqueta – no favorece la curiosidad de las nuevas generaciones. Para ser el cuarto país exportador de vinos en el mundo, el consumo per cápita es relativamente bajo (13 litros), aunque este dato es positivo si se considera la evolución del indicador, el cual se debe al esfuerzo mancomunado de varias instituciones y comunidades que han trabajado en fomentar el consumo a través del fortalecimiento del turismo y la promoción de actividades vinculantes. Igualmente, queda mucho por hacer en cuanto a la consolidación de rutas del vino y circuitos turísticos, lo que posiblemente permitiría fidelizar al consumidor local y fortalecer el consumo interno que está muy por debajo de otras bebidas alcohólicas.

Es de esperar que las nuevas generaciones sean el motor que genere un diferencial que obligue a la industria a reinventarse y convertirse en algo atractivo y estimulante, que impulse a su vez el desarrollo de las comunidades que han tenido al vino como centro neurálgico de actividad económica y social desde hace décadas. Educar en torno al vino, entenderlo, desmitificarlo y seducir al consumidor parecen ser los desafíos que como sociedad e industria se deben abordar y este 4 de septiembre despunta como el momento ideal para iniciar la campaña.

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