Chile: La agonía de las abejas chilenas, la cara menos visible de la sequía
Olor a cera de abeja. Penetrante e imborrable, al sentirlo entre las colmenas, se queda adherido por largo rato en la garganta. También el zumbido hipnótico de sus alas se hace inolvidable cuando se está a centímetros de más de 100 apiarios colmados de obreras sin la protección de un traje especial.
Un zumbido que avisa que están vivas, pese a que no hay agua cerca, ni flores que las provean de néctar, ni fructosa para alimentarlas artificialmente. Las abejas no saben de esperas, sólo siguen batiendo sus alas con gran agilidad. Tienen que continuar para mantener viva a una comunidad de interminables hermanas y con peligros acechantes como ácaros, chaquetas amarillas y hormigas.
Los que tampoco pueden esperar son los casi 5.000 productores que dependen de ellas y que por estos días son una de las caras más ocultas del impacto de la sequía. Trabajan sin parar para mitigar el corolario de la falta de agua: no hay néctar en las flores, por lo tanto, las abejas no producen miel y se mueren. Las colmenas se apolillan y como no hay agua en las napas, la floración es un triste fantasma y los agricultores no requieren de los servicios de las anónimas rayadas para polinizar los frutales. La cadena es fatal y casi invisible a los ojos de la gente común.
Esta semana, Marcelo Rodríguez, presidente de la Red Apícola de Chile, partió hacia el sur a recorrer varias ferias rurales y enterarse con los apicultores sobre los estragos de la falta de agua. Su análisis, que abarca desde la Cuarta a la Octava Región, es categórico: la producción de miel bajó entre 60% y 70% en la última cosecha.
En números: ya no habrá ganancias como las acostumbradas, que eran de unos 30 millones de dólares en exportaciones, 80% de ellas a Alemania. En palabras: "Esto se puede traducir en muerte de abejas".
Y eso se nota.
El miércoles, a eso de las tres de la tarde, Delia Plaza (55), de la localidad de Placilla, La Ligua, en la Quinta Región, tomó un fierro con punta para abrir con fuerza los cajones de madera que cobijan las colmenas, la sorpresa fue grande. Los marcos de cera que deberían estar chorreantes de miel líquida, eran sólo cera dura que apenas guardaba algunas larvas. Abrió otro y pasó lo mismo. Y así en cada uno de los 10 que mostró. Abejas medio atolondradas y bien arrimadas para mantener la temperatura que no tienen a falta de miel. Otras, muertas.
Allí, entre quillayes, ecucaliptus y boldos, cientos de cajas de madera de colores forman algo parecido a una gran muñeca rusa. Cada caja es un mundo. Cada una tiene cerca de 10 marcos que sostienen una colmena. Y cada una de ellas está llena de hexágonos amarillos que funcionan como casas para las larvas y para el alimento de la comunidad.
Delia junto a su esposo Mario Villegas (55) trabajan hace siete años en el rubro apícola. Ella se dedicó un buen tiempo a los tejidos en La Ligua. El es argentino y contador de profesión, sin embargo, cuando descubrieron el arte de criar abejas se dieron cuenta de que "esto era lo que había que hacer. Es una terapia en la que uno aprende a dominar sus impulsos y a generar la paciencia para que todo llegue", dice Villegas.
Así fue como comenzaron con 20 cajones que construyeron con sus propias manos y llegaron a los 250. Con ellos, trabajan principalmente en la polinización de paltos en La Higuera, a 15 minutos de La Ligua.
Ese es otro eslabón de la cadena. Debido a las altas exigencias del mercado internacional, para los agricultores se ha convertido en una necesidad contar con insectos que polinicen flores. Ello permite asegurarse de que den frutos y que éstos tengan un tamaño y un color que sólo entrega la cantidad de polen que puede acarrear una abeja; más allá de la acción del viento u otros transportadores.
"Gran parte de la fruta que se produce en el país requiere de abejas para la polinización. Este insecto tiene la particularidad de que cuando trabaja una especie, por ejemplo, el manzano, es fiel a ella (...). Por lo tanto, la eficiencia que tiene es enorme", afirma Mario Gallardo, profesor de apicultura forestal de la Universidad de Chile.
Delia y Mario llevan sus panales y los dejan bajo los paltos desde la última semana de septiembre hasta diciembre. Es un beneficio mutuo: a ellos les pagan y las abejas se proveen de néctar, el que más tarde se tranformará en miel.
Pero la falta de agua nuevamente se cruzó en su camino. Esta temporada muchos agricultores no contrataron los servicios de los apicultores: sabían que venía una fuerte sequía y no habría flores que polinizar. Así, esta familia de Placilla sólo juntó 1.800 kilos de miel, mientras que la temporada pasada reunió casi 5.000.
La casa de Melissa Pizarro (30) y su esposo Diego Saavedra (33) huele a miel y a cera. En cada esquina hay una abeja. No sólo porque revolotean en el aire, sino porque su imagen está plasmada en el choapino de la entrada, en un remolino para el viento o en adornos en el pasto. Tienen una hija de dos años que juega entre colmenas. "Cuando le pique una, sabrá que no las tiene que tocar y así aprenderá", dice Melissa.
Durante junio, los Pizarro Saavedra dejan su casa en San Lorenzo, en la comuna de Cabildo y parten junto a sus tres hijos al norte en un viaje que dura casi dos meses y que los lleva a Punitaqui. Pero no van solos. Los acompaña un camión que lleva 300 de sus panales que irán a alimentarse de la floración que se produce antes que en el sur. Paralelamente, dejan 400 colmenas en diferentes zonas de la Región de Valparaíso, y a fines de diciembre, bajan para internarse en la precordillera de Temuco, en Cunco, cerca del Lago Colico. Ahí hay abundantes ulmos, para que las abejas puedan extraer néctar. "Acá (Quinta Región) nos pagan por poner las colmenas. En el sur tenemos que pagar por ponerlas. Pero tenemos que hacer estos viajes y este esfuerzo para que las abejas puedan alimentarse", cuenta Melissa.
Pero hay muchos productores que no tienen los medios para realizar la trashumancia y, por eso, que desde que se declaró emergencia agrícola en la zona, el Ministerio de Agricultura, a través de Indap y el gobierno regional de Valparaíso, han ofrecido ayuda. En cuanto al rubro apícola, "consiste en la compra de 10 mil kilos de fructosa, la que debe comenzar a ser entregada partir de los próximos días", afirma Antonella Pecchenino, directora regional de Indap Valparaíso. Sobre el auxilio a otras regiones, Alvaro Cruzat, subsecretario de Agricultura, no descarta "que este programa se pueda extender".
Iván González, de Mulchén, en la Octava Región, es el ejemplo de este mal extendido. Cuenta que la temporada pasada recogió tres toneladas de miel de 150 colonias y ahora tuvo la misma cosecha, pero con 180 colmenas.
"En el mediano plazo (nuestros usuarios) nos han planteado la necesidad de estudiar la posibilidad de tener un seguro apícola frente a los cambios climáticos. Entonces (la idea) es establecer algún sistema que los incorpore al seguro agrícola", afirma Cruzat.
El peligro es que el problema se extienda a actores más visibles del agro: "Esto repercutirá en la polinización; por lo que el sector exportador de fruta podría verse afectado indirectamente por la crisis", afirma Rodríguez.
Lejos de esos pronósticos, Gloria Olmos (49) gira su copa en su casa de La Ligua. A través de ella puede verse el color ámbar de un líquido con un sabor muy parecido al late harvest. "Me costó cinco años dar con la receta y está dentro de la categoría de los vinos, porque no es de aguardiente". Es su última creación, que se suma a sus cremas, el propóleo en gotas y brillos labiales. Ya tiene la etiqueta y sólo espera la resolución sanitaria para sacarlo al mercado. "Quiero poner un negocio en Antofagasta con productos que hago en La Ligua", dice optimista.
Melissa, en cambio, se queja porque "se ha dilatado mucho la ayuda" y espera "que las autoridades vean que somos importantes", tal como sus abejas, que en su predio no paran de zumbar.
Fuente: La Tercera