Argentina: Exportadores regionales en problemas

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Argentina: Exportadores regionales en problemas

Las exportaciones de ajos, hortalizas en general, frutas, aceitunas, aceite de oliva, vinos embotellados, están sometidas a un juego de pinzas que, de no mediar cambios, las lleva al estrangulamiento económico. Un lado de la pinza está dado por el incremento de todos los costos de producción en dólares.

Se trata de insumos como productos agroquímicos, combustibles (además escasos), tarifas energéticas crecientes a mayor consumo (como si la energía usada en la producción fuese asimilable al consumo de un hogar) o los insumos para empaque de frutas y hortalizas. Y demasiado obvios son los enormes incrementos de los fletes internos e internacionales.

Una serie de acciones del gobierno sobre condiciones laborales, fáciles de justificar en los despachos oficiales pero muy difíciles de aplicar en el campo (como el Indicador Mínimo de Trabajadores o calidad de las viviendas), están convirtiendo el trabajo rural en un servicio muchas veces imposible de contratar.

Si a esto se agrega la enorme carga potencial sobre el productor que implica la creciente “industria del juicio”, deberíamos preguntarnos si no estamos en camino acelerado a la desaparición del trabajo manual agrícola, donde sólo subsistirán aquellas explotaciones que pueden reemplazar trabajo por máquinas. Parece olvidarse que estamos ante actividades económicas muy intensivas en mano de obra y que en algunos productos los salarios representan el 50% del valor agregado.

A estos factores de costos se suma la carga impositiva, ya que hay situaciones absurdas como la aplicación de retenciones a las exportaciones, que luego se devuelven como reintegros, creando costos financieros y administrativos sin sentido. En cuanto a la devolución del IVA a las exportaciones, son conocidas las largas demoras para que se concreten.

Frente a esta presión del brazo de la pinza sobre los costos, el de los precios internacionales se mantiene rígido y en algunos casos a la baja. Y frente a la evolución de costos internos y precios internacionales, la política cambiaria se mantiene ajena a esa realidad, cualesquiera sean las razones que la expliquen. El resultado es una caída de rentabilidad, que en algunos casos, como en las frutas, se traduce en pérdidas significativas.

A este contexto que viene gestándose desde hace tiempo se agrega ahora la inquietante situación internacional. La crisis en Europa implicará un muy bajo crecimiento o una recesión, y en EEUU la recuperación es tambaleante. Por lo tanto, de los países desarrollados se espera una menor demanda de productos importados. El Brasil, nuestro principal mercado, también está produciendo un ajuste de su economía que reducirá el crecimiento interno y probablemente las importaciones.

Frente al panorama esbozado se explica la demanda de políticas, nacionales y provinciales, acordes a las características de las producciones regionales, que deberían preservar e intensificar la ocupación y el agregado de valor. Tanto las tarifas energéticas, como el transporte de carga requieren una revisión que atienda a la localización de estas producciones.

Es hora de elaborar una política y una legislación laboral específicas para estas actividades. Igualar lo que es naturalmente desigual no mejora, sino que empeora, la situación de los más débiles. También es hora de encarar una política cambiaria que atienda las profundas diferencias productivas del país.

Fuente: Los Andes

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