Con su suelo blanco y arenoso, la franja de sabana de Suriname —situada entre la costa atlántica del país y la densa selva tropical de su interior— puede no contarse entre sus tierras más fértiles. Sin embargo, está considerada como una de las cunas de la piña, y su rica y única colección de variedades así lo atestigua. Cultivada principalmente por los pueblos indígenas de la región, en especial los Lokono (Arawak) y Kaliña (Caraiben), la piña ofrece amplias posibilidades para mejorar los medios de subsistencia, potencial que la FAO y sus organismos asociados de las Naciones Unidas están trabajando para ayudar a aprovechar.
“El cultivo de la piña es indispensable en nuestra cultura porque se ha transmitido de generación en generación”, afirmó Wendolien Sabajo, de la comunidad Lokono (Arawak). Pero sólo con los métodos tradicionales, el cultivo “no es tan fácil de ampliar. La demanda de piña es elevada, pero la oferta es escasa”.
“No puedo proporcionar al mercado suficientes piñas”, asegura Jerry Birambi. Además, “el acceso a la financiación es muy difícil. No puedo conseguir un préstamo, porque nosotros, como pueblos indígenas, no tenemos derechos de propiedad sobre la tierra. Son derechos colectivos de la tribu”.
Como en la mayoría de los casos en el mundo, los territorios de los Pueblos Indígenas en Suriname se gestionan de forma colectiva en función del bienestar, la identidad y el sistema alimentario de las comunidades que habitan estas zonas.
A pesar de su rico patrimonio en piñas, Suriname sigue siendo un productor pequeño y en gran medida estacional, con pocos productos de valor añadido y exportaciones limitadas. Para ayudar a cambiar esta situación, la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI), el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) están trabajando junto a los pueblos indígenas en la mejora de la cadena de valor de la piña, desde la producción hasta el consumo.
El proyecto, que forma parte del programa mundial Acelerador de la transformación del sistema agroalimentario (ASTA, por sus siglas en inglés), codirigido por la FAO y la ONUDI, reúne a una amplia gama de actores, entre los que figuran los pueblos indígenas, productores, procesadores, comerciantes y proveedores de insumos, así como ministerios gubernamentales, autoridades de las aldeas, la Organización de aldeas indígenas cooperantes, institutos de investigación e instituciones financieras.
El objetivo final es aumentar la producción de piña de las 2 000 a 3 000 toneladas anuales actuales a 20 000 en 2030. Esta visión orgánica moderna necesitará la creación de al menos cinco nuevas plantas de elaboración, destinando tres cuartas partes de la producción a los mercados de exportación y una cuarta parte a los consumidores locales.
Claudia Maatsen, una indígena Caraiben de la aldea Pierre Kondre Kumbasi, es ahora la presidenta de una cooperativa de mujeres que produce piñas y las transforma en diferentes productos, como zumo, jarabe y mermelada. “El problema al que nos enfrentamos en nuestra aldea es que a veces los compradores no aparecen y hay que tirar las piñas”, explica.
Pero esto debería ser cosa del pasado con las nuevas cooperativas de producción apoyadas por el proyecto. Se pueden elaborar hasta 300 productos diferentes a partir de la piña, por lo que no hay que desperdiciarlas si no se venden enteras y frescas. El objetivo de la iniciativa es, de hecho, desarrollar más el potencial de producción y comercialización de esta fruta.
En general, se espera que este aumento de la producción genere al menos 10 millones de dólares anuales por el incremento de fruta y productos de la piña, y que cree 1.000 nuevos puestos de trabajo en la producción, elaboración y las actividades de apoyo que se promoverán especialmente para las mujeres y los jóvenes de las zonas rurales.
“El mercado local es ahora mismo nuestro principal objetivo, pero pensamos a lo grande, así que sin duda queremos exportar a mercados extranjeros”, indica Claudia.
En ningún otro lugar del planeta
Una de las primeras medidas concretas del proyecto ha sido la elaboración de materiales de capacitación agrícola para los pueblos indígenas, aprovechando la experiencia de Costa Rica en la producción de piña orgánica. El siguiente paso es fomentar la colaboración con instituciones financieras internacionales para conseguir la financiación necesaria, y el último será un análisis científico por parte de la FAO de las variedades cultivadas y los suelos que las producen para optimizar los productos para el mercado.
“Existen diversas buenas oportunidades vinculadas a esta cadena de valor: más de 15 variedades de piña únicas que no se pueden encontrar en ningún otro lugar del planeta. Además, los pueblos indígenas no utilizan ningún insumo químico en sus cultivos, lo que significa que la producción tradicional de piña es orgánica. Esta ventaja competitiva debería permitir a los actores locales llegar a mercados especializados de alta calidad”, afirma la experta en la cadena de valor de la FAO Aimee Kourgansky.
Otra ventaja es que existe “un gran interés en desarrollar el sector, sobre todo por parte de los pueblos indígenas, que están dispuestos a producir grandes cantidades de piñas orgánicas de calidad, y del gobierno, cuyo plan de desarrollo nacional y política económica exige diversificar”, añade Kourgansky.
Esto aportará beneficios en múltiples frentes, afirma Swami Girdhari, coordinador principal de proyectos de ASTA en Suriname: “Los agricultores pueden obtener más ingresos para ser económicamente independientes”. El proyecto creará también más puestos de trabajo “a diferentes niveles, hasta trabajadores altamente cualificados, y contribuirá al desarrollo nacional y a la economía de Suriname, teniendo también un impacto positivo en la biodiversidad y el medio ambiente, así como en el aspecto social”, apoyando a los medios de vida de los pueblos indígenas.
Para asegurar que el proceso no haga que los pueblos indígenas salgan perdiendo a medida que sus variedades genuinas se hagan más populares, el proyecto también “trabajará para garantizar las variedades y los derechos genéticos desde una perspectiva legal y diseñará un proceso de certificación para proteger la ventaja competitiva prevista de las variedades”, afirma Kourgansky.
El futuro del cultivo de la piña en la zona “seguramente seguirá creciendo porque ya estoy viendo que hay más jóvenes que van en esa dirección”, afirma Wendolien Sabajo, líder de Matta, una de las aldeas indígenas. Eso es también lo que pretenden la FAO y sus socios: abrir perspectivas más amplias para un sector agrícola genuino y sostenible en el futuro.