Columna: El secano, lecciones de resiliencia ante el cambio climático

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Columna: El secano, lecciones de resiliencia ante el cambio climático

Por Claudio Reyes Hurtado, Coordinador Diplomado Planificación Estratégica de Recursos Hídricos UCSC y consultor senior en AWUA 

Claudio Reyes Hurtado

Claudio Reyes

La gestión integral de la cuenca es un propósito mientras que la disponibilidad de agua es el resultado de este trabajo coordinado. En consecuencia, la cuenca es más que agua y en este sentido comprende  valles, humedales y otras áreas que están contenidas dentro de esta unidad hidrológica.

Y también comprende al secano, uno de los sectores más vulnerables ante el cambio climático.

Según el VIII Censo Nacional Agropecuario y Forestal de Chile (INE, 2022) el secano y/o superficie no regada, se refiere a los suelos en que el ser humano no contribuyó al riego de los cultivos, sino utilizó únicamente y en forma directa el agua que provenía de las precipitaciones para suplir los requerimientos hídricos de cultivos o praderas. Su participación en la matriz agrícola no es menor, ya que supera a la superficie bajo riego y alcanza a 929.756 ha. Y también es parte de la cuenca.

El secano surge espontáneamente donde las personas y el clima así lo deciden. Los usos varían de norte a sur, desde las comunidades agrícolas y productoras de cabras de la región de Coquimbo; a la producción de trigo en el secano interior y costero de la zona central, ahora reinventada en viñas y olivos; y la producción de papas en el sur, mezclada con praderas ganaderas que se extienden hasta Tierra del Fuego.

Gestión territorial

Pero ¿Cómo se gestionan los usos dispersos? En este caso, la adaptación es local, por lo que se requiere una intervención territorial tremenda. Y si bien el secano en sí no considera riego, las personas sí necesitan agua. Además de los apoyos locales en tecnificación, disposición de fuentes complementarias como la captura de aguas lluvia o la reutilización de aguas domiciliarias, se requiere la protección de las fuentes de agua así como un manejo adecuado de los acuíferos, que permiten la existencia de pozos individuales y de los Servicios Sanitarios Rurales.

No resulta fácil la gestión del secano. Es más, esta superficie queda en un espacio intermedio entre los Planes Estratégicos de Gestión Hídrica por Cuenca y los Planes de Acción Comunal de Cambio Climático, porque no es un tema de balance de masas de agua. Sin embargo, se trata de personas y de un territorio que también quedan comprendidos dentro del accionar de los Consejos de Cuenca.

¿Y qué pasa si no gestionamos el secano? Cuando el territorio pierde su función productiva, las familias empobrecidas migran al centro poblado más cercano y se reconvierten. Con esto se pierde una actividad y conocimientos clave para enfrentar el cambio climático, proceso que se observa en otras latitudes y se le ha denominado, por ejemplo, la “España vacía”. Adicionalmente en Chile tenemos una migración contraria que se materializa en las parcelaciones rurales, en buena parte ejecutadas de forma irregular, cuyo desorden alimenta el bestiario del cambio climático: los camiones aljibe y los incendios forestales.

El secano contiene una historia de resiliencia y en consecuencia debemos protegerlo y aprender de su capacidad de adaptación como una herramienta clave para los tiempos que se vienen.

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